martes, 27 de septiembre de 2011

Autor: Tate, Nahum
Título: Dido y Eneas : ópera en tres actos / de Henry Purcell ; libreto de Nahum Tate
Edición:Ed. bilingüe
Editorial:Barcelona : Planeta-De Agostini, [1989?]
Descripción física:28 p. ; 20 cm.





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sábado, 17 de septiembre de 2011

Itinerarios literarios (I)


Amor: búsqueda y encuentro.
Cantar de los cantares (Biblia)
Cántico espiritual (San Juan de la Cruz)
El amor es uno de los temas más presentes en la literatura. No podía ser de otro modo, pues el ser humano ha sido creado por amor y para amar. Tal es la fuerza del amor, que en la religión griega y romana están personificados en un dios: Eros en Grecia y Cupido en Roma; el poeta Virgilio afirmó que omnia vincit amor y el evangelista San Juan escribió Deus caritas est. (Obviamente amor es un término análogo: que posee diversas dimensiones y significados, como pone muy bien de manifiesto Los cuatro amores de C. S. Lewis). El amor puede ser paterno-materno, filial, fraterno, esponsal, de amistad, erótico… El amor más presente en la literatura es el que se produce entre hombre y mujer, en sus diversas manifestaciones y situaciones.
Conocemos el nombre de la persona amada de muchos escritores y de muchos de sus personajes (en no pocos casos coincide la amada real con la amada literaria). También hay "amados", pero en menor número, porque el número de escritoras ha sido bastante inferior al de escritores hasta la Edad Contemporánea, aunque en las jarchas y en las cantigas de amigo medievales la voz poética es femenina.
Respecto de las mujeres amadas, famosa es la Beatriz de Dante, la Laura de Petrarca o la Dulcinea de don Quijote; por no hablar de la Lesbia de Catulo o la Cintia de Propercio.
 Los personajes reales se transforman en literarios, siendo difícil a menudo saber qué pertenece a la mujer real y qué a la idealizada –o denostada, pues a veces el sentimiento más vecino al amor es el odio-.


ODI et amo. quare id faciam, fortasse requiris.
     nescio, sed fieri sentio et excrucior.

Cartulo, Carmina, LXXXV.

La conversión de la persona en personaje se traduce con frecuencia en el cambio de nombre: es lo que sucede con la Lesbia catuliana, Clodia en la vida real. En el caso de Dulcinea, nos encontramos ante la idealización de un personaje literario. Es decir, la Aldonza Lorenzo de tenue existencia novelesca se transforma por voluntad de don Quijote en Dulcinea.

Las posibilidades de las relaciones amorosas en la literatura son numerosas, como variadas son las situaciones de la vida: amor obstaculizado por los padres (Píramo y Tisbe; Romeo y Julieta…);
amado rechazado por la amada (Apolo y Dafne); enamorado que busca los servicios de una alcahueta para conseguir sus objetivos (Calixto y Melbea); amada que salva a su enamorado, en el sentido más profundo del término (Beatriz y Dante; Laura y Petrarca; Sonia y Raskolnikov); esposa que espera a su esposo contra toda esperanza (Penélope y Ulises); amado que abandona a su enamorada (Dido y Eneas), etcétera.
Las dos obras que abordamos aquí son paradigmáticas de la búsqueda y el encuentro de los enamorados. Hay una búsqueda más o menos recíproca, más o menos sufriente, pero hay un final feliz. El encuentro definitivo precisa una conquista, un cortejo si se quiere, una superación de obstáculos.
El Cantar de los Cantares es un libro de la Biblia atribuido al Rey Salomón, hijo del Rey David, que vivieron en torno al año 1000 antes de Cristo. Es un poema breve, en que sobre todo la esposa o amada anhela el encuentro con su amado o esposo.
 
2.500 años después, el español San Juan de la Cruz, uno de los poetas más intensamente líricos, escribió su Cántico espiritual inspirado en el Cantar de los Cantares. Como la Biblia es un libro esencialmente religioso y San Juan de la Cruz es un poeta místico, ambas obras pueden leerse en dos planos: el literal-humano y el alegórico-religioso.

Estas obras son paradigmáticas de los dos sentidos básicos del lenguaje humano: el literal y el figurado. Esta característica no es exclusiva del lenguaje literario, aunque en él sea más evidente: el significado de las palabras va más allá de su sentido primario.
La historia de la literatura no es un conjunto de islotes, sino una serie de constelaciones. La historia literaria, como la de la humanidad, es la narración del flujo constante de la tradición y de la innovación. Todo gran escritor tiene una personalidad bien definida, una idiosincrasia: es un creador, y como tal ha hecho algo nuevo, único. Pero por eso mismo, todo escritor suele nacer de una tradición. Salvo el universo, nada surge de la nada.
En la constelación de la poesía amorosa y, en concreto, de la poesía en la que dos enamorados se buscan, se anhelan, se encuentran y gozan, hay dos puntos muy luminosos: el Cantar de los Cantares y el Cántico espiritual.

En el Cantar de los Cantares podríamos estudiar la presencia de la naturaleza (animada e inanimada) y su función en el poema; la descripción de los enamorados; la secuencia temporal de los acontecimientos y los rasgos del amor. 

En el Cántico espiritual podemos comprobar cómo lo místico no aplasta la lírica amorosa pastoril; el lenguaje espiritual no elimina el poético; el amor divino se comunica con el humano. Se puede establecer un paralelismo con la Divina Comedia, en que hay una espléndida armonía entre fe y razón; teología y filosofía; ciudad de Dios y ciudad terrena; vida terrena y vida eterna; amor a Dios y amor a la amada (Beatriz), que no es obstáculo sino camino para el amor a Dios. Del Cántico espiritual podemos hacer una lectura "a lo humano", lo que demuestra que la gracia divina no anula la naturaleza sino la sana y eleva; la mística no destruye lo humano. En esa lectura a lo humano encontraremos pistas, huellas de que otra lectura es posible, como estos versos:
¡Oh, bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!
donde se sugiere la idea de la creación.


Estas dos obras nos recuerdan que la Biblia y la literatura grecolatina son las dos principales fuentes de la cultura occidental. El sintagma empleado por San Juan en su Cántico "ninfas de judea" es una atrevida mezcla de lo grecolatino (ninfa) y de lo judío (Judea), que refleja la estrecha unión de ambos mundos en el corazón y la cabeza de Europa. La alternancia de sibilas y profetas de la Capilla Sixtina es otro icono de esta simbiosis.